SALGADO
De pronto lo embargó una sensación muy dulce, cuando notó que la hierba atravesaba su cuerpo y lo inundaba. No se asustó. Al revés, tuvo la placida impresión de convertirse en un manto verde mecido suavemente por el viento.
Después hubo un momento en el que no supo donde terminaba él o empezaban las plantas de alrededor, hasta que sin darse cuenta acabó por fundirse con ellas. Así, llegó hasta el suelo, se deshizo, y se disolvió en él, dejando la tierra empapada.
Cuando fueron a buscarle solo encontraron sus ropas extendidas sobre la hierba y un olorcillo a porrito cojonudo. Nadie lo vio más. Algunos de los que le conocían lo lamentaron mucho, pero otros se sonrieron.